LA ILIADA
Homero poeta épico, existió entre los siglos IX y
VIII a.d.j.c;originario de la costa griega del asia menor.Los
historiadores coinciden que nació en la ciudad de Esmirna.; aunque siete ciudades se disputan haber sido la tierra natal del poeta.Vivió
en chios; se dedico a cantar en calles y plazas públicas,
recopilaba las historias recitadas por repsodas o aedos que
servian para componer sus obras.Es probable que debido a su oficio haya vivido en la miseria.
Es considerado uno de los cuatro grandes clásicos de la literatura universal.
La iliada y la odisea se centran en la lucha de los héroes por evitar su destino, que ha sido determinado por los dioses.
Ya anciano también fué caendo por las ciudades cantando sus versos y mendigando.
Trás su triste andar por la vida
La Ilíada |
Resumen general
La Iliada comienza con el gran enfado de Aquiles, porque
Agamenón, rey de los aqueos y jefe de la expedición griega contra
Troya, se ha empeñado en quedarse con su esclava favorita, Briseida. En
señal de protesta, Aquiles, con su ejército de mirmidones, decide
mantenerse al margen de la batalla, en su campamento, junto a las naves
griegas atracadas en las playas del Estrecho de los Dardanelos, cercano
a Troya. (El Estrecho de los Dardanelos, Helesponto, es la
franja marina que une el mar Egeo con el mar de Mármara; así como el mar
de Mármara se comunica con el mar Negro, por el estrecho del Bósforo).
Brad Pitt, como el Aquiles del cine. |
Esta decisión supone un grave perjuicio
para los aqueos (nombre genérico dado a los griegos de la época micénica) que
son diezmados por los defensores de Ilión, la acosada
ciudad troyana donde residía el rey Príamo, padre de Héctor y de Paris, el
raptor de Helena, esposa de Menelao, el hermano de Agamenón.
Los pocos días de batallas del décimo año
de la guerra contra Troya que abarca el poema de la Iliada,
van transcurriendo con suerte alternativa para ambos ejércitos. Los aqueos
tratan en varias ocasiones de conseguir que Aquiles abandone su pasividad y les
ayude a obtener la victoria, pero él se mantiene en su postura hasta que su
amado primo y ayudante, Patroclo, es muerto por
Héctor, el líder troyano.
Los dioses, divididos en dos bandos y en
continuo ir venir del Olimpo, contemplaban la batalla desde el Monte Ida,
situado a unos setenta kilómetros de Ilión, e
intervenían en ella de forma encubierta encarnándose en héroes de apariencia
humana. Unos apoyaban a los griegos y otros, a los troyanos. Zeus actuaba de
árbitro, tomando decisiones en favor de uno u otro bando según consideraba que
debía equilibrar la marcha de la batalla. Apolo fue el dios que más se jugó en
el apoyo a los troyanos, no en balde la leyenda le atribuye la fundación de
Troya.
La muerte de Patroclo
Patroclo, ante la pasividad de su general en jefe, solicitó su permiso para incorporarse a la lucha
utilizando las armas y la armadura de Aquiles.
Aquiles se lo concedió, recomendándole que
no se arriesgara demasiado.
Pero Patroclo,
enardecido por el fragor de la contienda, dio muerte a varios troyanos, entre
ellos a Sarpedón. Aquello desagradó a Zeus que empezó
a planear su muerte y alentó que Héctor y los suyos le acosaran sin
descanso.
Apolo, siguiendo órdenes de Zeus, rescató
el cuerpo de Sarpedón para que los "hermanos
gemelos, Muerte y Sueño", lo transportaran a Licia y pudiera ser enterrado
con todos los honores. Después se encarnó en Asio,
tío de Héctor, y se dirigió a él con estas palabras: "...guía los corceles
de duros cascos hacia Patroclo y trata de matarle,
Apolo te dará apoyo".
Cuando Patroclo vio que el carro de Héctor se acercaba velozmente, lanzó una piedra que acertó
en plena frente del auriga de Héctor, haciendo que sus ojos saltaran de las
órbitas, cayendo en el polvo.
El auriga cayó del
asiento a tierra. Héctor descendió del carro y se enfrentó a Patroclo... "Se enfrentaron como dos leones
hambrientos que en el monte pelean furiosos por el cadáver de una cierva...,
pues así tiraban el uno y el otro del cuerpo exánime del auriga".
Aquiles llora ante el cadáver de Patroclo (pintura). |
Ayudado por los aqueos, Patroclo se hizo, al fin, con el auriga muerto y siguió
atacando a los teucros que defendían a Héctor. Pero había llegado su hora.
Apolo, en la confusión del combate, le golpeó por la espalda y le quitó el
refulgente yelmo de Aquiles, que rodó sobre el polvoriento suelo por primera
vez desde que fuera forjado.
Patroclo sintió que le abandonaban las fuerzas, cuando, de
pronto, sintiose alcanzado por la pica de Euforbo. Héctor, al verle herido, fue a su encuentro y
"le envasó la lanza por la parte inferior del vientre". Las últimas
palabras de Patroclo fueron para Héctor, al que
predijo una pronta muerte.
Menelao dio muerte inmediata a Euforbo y se dispuso con
los aqueos a defender y rescatar el cuerpo de Patroclo. Ante la llegada
de Héctor, pidió ayuda a Ayax y se entabló una fiera lucha entre teucros
y troyanos
por hacerse con el cuerpo de Patroclo. Ayax le pidió a Menelao que
enviara un mensaje a Aquiles avisándole de la muerte de Patroclo,
mientras el resto de los combatientes era alentado a defender el
cuerpo del
muerto. Menelao, a su vez, encargó a Antíloco que trasmitiera el
mensaje y se puso a defender el
cuerpo de Patroclo que, entre todos, iban retirando
perseguidos de cerca por los teucros.
Cuando Aquiles escuchó el nefasto mensaje
"Dio un horrendo gemido que oyó hasta su madre, la diosa Tetis, desde el
fondo del mar". Tetis se trasladó veloz, con toda su corte de nereidas,
junto a su hijo que, al verla, proclamó sus deseos de venganza; ella le
respondió..."Breve será tu existencia, a juzgar por lo que dices; pues la
muerte te aguarda así que Héctor perezca". A lo que él
contestó..."Sufriré la muerte cuando lo dispongan Zeus y los demás dioses
inmortales. Pues ni el fornido Hércules pudo librarse de ella".
Tetis le dijo..."Pero tu magnífica
armadura, regalo de los dioses a tu padre Peleo el día que me colocaron en su
tálamo, la tiene Héctor que se vanagloria de cubrir con ella sus
hombros..." - y añadió - "Tu no entres en combate hasta que mañana,
al romper el alba, te traiga una hermosa armadura fabricada por Hefesto (Vulcano)". Dicho esto, la diosa envió sus
acompañantes al seno del anchuroso mar y se dirigió al Olimpo para encargar la
magnífica armadura.
Mientras, la pelea por el cuerpo de Patroclo continuaba entre teucros y aqueos y todo indicaba
que Héctor y los suyos se iban a apoderar del macabro botín. Pero la diosa
Iris, enviada por Hera (Juno),
se presentó ante Aquiles y le dijo: "Levántate y no yazcas más;
avergüéncese tu corazón de que Patroclo llegue a ser
juguete de los perros troyanos; pues debiera ser para ti motivo de afrenta que
el cadáver sufra algún ultraje". "¿Pero cómo habría de combatir sin
mi armadura?"- preguntó Aquiles. A lo que ella contestó: "Basta con
que te muestres a los teucros a la orilla del foso que rodea las naves para
que, temiéndote, cesen de pelear".
Tres veces, el divino Aquiles, gritó a
orillas del foso y tres veces se turbaron los teucros; y doce de los más
valiosos guerreros murieron atropellados por los carros y heridos por sus
propias lanzas. Los aqueos, aprovechando la confusión causada por las tremendas
voces de Aquiles, consiguieron poner a Patroclo fuera
del alcance de los enemigos y se encaminaron hacia el campamento.
Aquiles arrastra el cuerpo de Héctor. |
Hera, la de los grandes ojos, obligó al sol
infatigable
a hundirse, mal de su grado, en la corriente del Océano y, una vez
puesto, los
divinos aqueos suspendieron la enconada pelea y el general combate.
Los
troyanos pensaron en regresar al amparo de la amurallada Ilión por
temor a Aquiles si permanecían en campo descubierto, pero Héctor se
opuso y
expresó su deseo de enfrentarse al mirmidón: "Me propongo no huir de
él
sino enfrentarlo en batalla horrísona; y alcanzará una gran victoria
o seré yo
quien la consiga. Que Ares (Marte) es a todos común y suele causar
la muerte
del que matar desea".
En el campamento griego, Aquiles lloraba y
velaba el cadáver de su amigo: "Esta tierra me contendrá en su seno, ya
que he de morir, ¡oh Patroclo!,
después que tú. No te haré honras fúnebres hasta que traiga tus armas y la
cabeza de Héctor. Degollaré ante la pira funeraria, para vengar tu muerte, doce
hijos de ilustres troyanos, y en tanto permanezcas tendido junto a las corvas
naves, te rodearán, llorando noche y día, las troyanas y dardanias de profundo
seno que conquistamos con nuestro valor y la ingente lanza, al entrar a saco en
las opulentas ciudades de hombres de voz articulada".
La furia de Aquiles
Cuando la aurora, de azafranado velo, se
levantaba de la corriente del océano para llevar la luz a los dioses y los
hombres, Tetis llegó a las naves con la fulgente armadura que Hefesto le había forjado. Halló al hijo querido reclinado
sobre el cadáver de Patroclo, llorando ruidosamente,
rodeado de muchos amigos que derramaban lágrimas.
Tetis, la de la casta de
Zeus, divina entre los dioses, cogió la mano de Aquiles y le habló de este
modo: "Hijo mío, a pesar de nuestra aflicción, dejemos yacer a Patroclo, ya que sucumbió por designio de los dioses, y tú
recibe esta ilustre armadura, tan bella como jamás varón alguno haya llevado
sobre sus hombros". Aquiles sintió como renacía su cólera, ante la vista
de la armadura, a la vez que se gozaba del espléndido presente de Hefesto. Expresó a su madre su preocupación por la
descomposición del cuerpo del amigo, invadido por un enjambre de moscas.
Tetis vertió unas gotas de ambrosía, el nectar de los
dioses, para que el cuerpo se conservara fresco. Después pidió a su hijo que se
armara para el combate contra los troyanos. Aquiles vistió la brillante
armadura, cogió la grande lanza, que solo él podía manejar, y se dirigió hacia
donde estaban los demás héroes aqueos, en la orilla del mar junto al recinto de
las naves, y les convocó dando pavorosos alaridos.
Príamo suplica a Aquiles por el cuerpo de Héctor (pintura). |
Todos acudieron, encabezados por Diomedes y Ulises (Odiseo) que cojeaba a causa de sus heridas, y le
rodearon. También llegó el rey Agamenón que, con la
apropiación de la esclava Briseida, había provocado
el enojo de Aquiles y su renuncia a participar en el combate contra los
troyanos. Aquiles le recriminó su conducta, pero expresó su deseo de volver a
combatir si obtenía satisfacción del rey.
Agamenón le contestó disculpándose por su comportamiento,
atribuyó a los dioses su pérdida de juicio al provocar aquel incidente y le
prometió entregarle a la esclava y numerosos presentes como muestra de su
arrepentimiento. Aquiles aceptó las disculpas y expresó su firme voluntad de entrar
inmediatamente en combate: "Para que todos vean a Aquiles entre los
primeros combatientes, aniquilando con su lanza las falanges de los
teucros".
El ingenioso Ulises, hijo de Laertes, pidió que se
celebrara un gran desayuno para tomar
fuerzas para la lucha y añadió: "Que Agamenón entregue los presentes
a Aquiles y que jure que nunca subió al lecho de Briseida, ni yació con
ella, como es costumbre entre
hombres y mujeres. Y tú, Aquiles, procura tener en el pecho un ánimo
benigno".
Agamenón estuvo de acuerdo y añadió: "Estoy presto a
ese juramento y no invocaré el nombre de la deidad con perjurio". A
continuación, ordenó que se trajeran los presentes para Aquiles y que se
inmolaran animales y un jabalí en honor de Zeus y del sol, siempre invocado en los
juramentos por ser el que todo lo veía sobre la tierra. Aquiles pidió que se
demoraran estas ceremonias para después del combate, pero Ulises insistió en su
propuesta y Aquiles acabó por consentir, al ver que aquello era lo que sus
compañeros y las tropas deseaban.
Se entregaron los presentes, entre los que
figuraban siete doncellas expertas en intachables labores, doce caballos, diez
talentos de oro (unos trescientos kilos) y la joven Briseida.
Después Agamenón hizo el juramento: "Sean testigos Zeus, la Tierra
y el Sol y las Furias (Iras o Eriníes) que bajo
tierra castigan a los muertos que fueron perjuros que jamás he puesto mano
sobre Briseida". A continuación degolló el
jabalí con el despiadado bronce y dijo: "Zeus padre, ¡Cómo llegas a
confundir a los hombres!. Jamás, Aquiles, habría sido
capaz de arrebatarme a Briseida contra mi voluntad.
Pero, sin duda, querías la muerte de muchos aqueos. Ahora - dijo, dirigiéndose
a los hombres - id a comer y luego trabaremos feroz
lucha contra los teucros".
La asamblea se disolvió y cada uno marchó
a su nave. Los mirmidones de Aquiles se hicieron cargo de los
regalos,
portándolos al campamento. Briseida, semejante a la
áurea Afrodita, se dirigió llorosa hacia el tálamo donde yacía
Patroclo y entre sollozos exclamó: "¡Oh, Patroclo, amigo carísimo de
esta desventurada!, vivo te dejé al partir de la tienda, y te
encuentro difunto
al volver. ¡Cómo me persigue la desgracia!. Muerto mi
esposo por Aquiles y tomada de la ciudad de Mines (Lirneso),
tu no me dejabas llorar diciendo que lograrías que fuera la mujer
legítima del
divino Aquiles y que entre los mirmidones, en su reino,
celebraríamos el
banquete nupcial. Ahora que has muerto, no me cansaré de llorar por
ti que
siempre fuiste dulce conmigo".
Esposa e hijo de Héctor ant el cadáver. |
Aquiles continuaba llorando a su amigo y
sin probar bocado. Zeus se apiado de él y envió a Atenea, su protectora, para
que le alimentara con néctar y ambrosía, para evitar
que desfalleciera durante el combate. Atenea, semejante a un halcón de
desplegadas alas, descendió del cielo, a través del éter y las nubes, y
alimentó a su protegido, sin que él lo advirtiera, para evitar que flaquearan
sus rodillas.
Después, regresó al palacio del prepotente
padre. Mientras, la riada de soldados se alejaba de las naves y el brillo de
sus cascos asemejaba los copos de nieve que envía Zeus, en alado vuelo, bajo el
impulso del frío Bóreas, nacido del éter. Así de grande era el número de
hombres que abandonaban las naves dispuestos al combate, y refulgente el brillo
de sus yelmos, armaduras, escudos y lanzas. El fulgor llegó al cielo y la
tierra se mostraba risueña por los rayos que despedía el bronce. El gran ruido
que surgía de los pies de los guerreros se alzaba hasta el cielo.
Aquiles, lleno de furia, portaba la
armadura forjada por Hefesto. Púsose en las piernas las grebas ajustada con hebillas de
plata; protegió su pecho con la coraza, colgó del hombro la espada de bronce
guarnecida con argénteos clavos, y se embrazó el grande y fuerte escudo, cuyo
resplandor semejaba de lejos el resplandor de la Luna.
Cubrió la cabeza con el fornido yelmo que
brillaba como un astro y sobre él ondeaban las áureas y espesas crines de
caballo que Hefesto colocara en la cimera. Sacó de su
estuche la poderosa lanza que solo él podía manejar y alzándola y rugiendo como
un león la agitó amenazante en el aire sobre su cabeza. En tanto, los aurigas
se aprestaban a uncir los caballos a los carros, sujetándolos con hermosas
correas de cuero brillante; empujaron los frenos entre las mandíbulas y
tendieron las riendas hacia atrás, atándolas a la fuerte caja de los
carros.
El auriga Automedonte saltó al carro con
el magnífico látigo y Aquiles, cuya armadura refulgía como el mismo Sol, subió
tras él y con horribles gritos jaleó a los corceles: ¡Janto (Xanthos) y Balio (dos caballos), ilustres hijos de Podarga!
Cuidad de traer salvo al campamento de los danaos al
que hoy os guía; y no le dejéis muerto en la liza como a Patroclo". Janto, al que Hera dotó de
voz, bajó la cabeza, sus ondeantes crines se desplazaron hasta el suelo,
pasando sobre la extremidad del yugo, y respondió: "Aquiles, hoy te
salvaremos, pero está cerca el día de tu muerte. Nosotros correríamos como
soplo del Céfiro, que es tenido como el viento más rápido.
Pero tú, como Patroclo,
estás destinado a sucumbir a manos de un dios y de un mortal". Dichas
estas palabras, las furias les cortaron la voz y Aquiles, indignado, le
contestó así: "Janto, ¿Porqué vaticinas mi
muerte? Ya sé que mi destino es perecer aquí, lejos de mi padre; mas, con todo
eso, no he de descansar hasta que harte de combate a los teucros". Esto
dijo; y dando voces, dirigió los solípedos caballos hacia las primeras filas
del ejército.
El combate (canto XX y siguientes)
Zeus ordenó a Temis que convocara una
asamblea de los dioses. Todos acudieron y se acomodaron expectantes en rededor
del dios. Zeus les indicó que la intervención de Aquiles podía suponer el fin
de los troyanos: "Pues si Aquiles, el de los pies ligeros, combatiese solo
contra los teucros, estos no resistirían ni un instante su acometida".
Después les pidió que se dividieran en dos bandos y que intervinieran en el
combate para equilibrar las fuerzas.
En auxilio de los aqueos se encaminaron: Hera (Juno),
Palas Atenea
(Minerva), Poseidón (Neptuno), Hermes (Mercurio) y Hefesto
(Vulcano), y hacia las tropas troyanas acudieron: Ares (Marte), Febo
Apolo
(Apolo), Artemisa (Diana), Leto (Latona), Janto (un dios menor del
río del mismo nombre, cercano a Ilión) y Afrodita (Venus). (Conviene
recordaros que Hera era la madre e Eneas y Afrodita la vencedora del
juicio de París, en que éste la había elegido como la más bella
entre las
diosas).
Paris llega a Troya con Helena, versión del cine
|
Mas así que los olimpios penetraron entre los guerreros, levantóse la terrible
discordia que enardece a los varones y les hace venir a las manos,
estableciendo la feroz contienda.
Zeus, desde lo alto del Monte Ida,
observatorio de los dioses durante la batalla (el Monte Ida se encuentra a unos 70 kilómetros
de Troya), tronó horriblemente, y Poseidón sacudió desde las profundidades la
inmensa tierra. Asustóse Aidoneo (Plutón), rey de los infiernos, y saltó de su trono temiendo que la tierra se
abriese y se hicieran visibles las horrendas y tenebrosas mansiones de los
muertos, visión que hasta las deidades aborrecían.
Ares alentaba a Héctor y Apolo a Eneas a
enfrentarse con Aquiles, para frustrar el deseo de éste de enfrentarse a
Héctor, pero Eneas le dijo al dios: "...Ningún hombre puede combatir con
Aquiles, pues a su lado siempre acude alguna deidad que le libra de la muerte.
Si un dios me apoyara para igualar las condiciones del combate, Aquiles no me
vencería". Apolo insistió: "¡Héroe! Ruega tu también a los dioses auxilio, pues dicen que naciste de Afrodita, hija de Zeus,
y el pelida es hijo de una diosa inferior, pues la
primera desciende de Zeus y Tetis fue hija del anciano del mar.
Levanta el indomable bronce y marcha al
encuentro de Aquiles. Así lo hizo Eneas. Cuando Aquiles lo tuvo frente a frente
le dijo que para que trataba de enfrentarse con él si sabía que podía vencerle
como ya lo hizo tiempo atrás: "Te aconsejo que vuelvas con tu ejército,
antes de padecer daño alguno; que el necio solo conoce el mal cuando ha
llegado".
Pero Eneas, orgulloso de su linaje,
respondió desafiante y arrojó su lanza contra Aquiles que con gran estruendo se
clavó en el imponente escudo, recubierto de láminas de bronce oro y plata, del
hijo de Peleo que, a su vez, lanzó la suya traspasando el escudo de Eneas y,
pasando sobre su hombro, se hincó en el suelo.
Aquiles desnudó la espada y se
abalanzó sobre Eneas. Poseidón, viendo que Eneas quedaba a merced de su
atacante, fue en su auxilio. Extendió una nube y elevó a Eneas por encima de
los combatientes, llevándolo al otro extremo del campo de batalla sin que
Aquiles lo advirtiera, y le dijo: "Retírate cuantas veces le encuentres,
no sea que te haga descender a la morada del Hades (el reino de los muertos).
Pero cuando Aquiles muera, según está escrito, no temas luchar entre las
primeras filas, pues ningún aqueo te podrá matar (¿Qué hubiera sido de la Eneida de Virgilio sin Eneas?).
Cuando la niebla se retiró de los ojos de Aquiles,
éste comprendió que algún dios había favorecido a Eneas, haciéndole
desaparecer.
Aquiles, saltando entre las filas, arengó
a los aqueos incitándoles al combate cuerpo a cuerpo. Héctor, desde
su
posición, hacía lo mismo con los teucros y buscaba el encuentro con
Aquiles.
Pero Apolo logró disuadirle de un enfrentamiento directo. Mientras,
muchos
valerosos teucros caían bajo el ímpetu de Aquiles que se batía en
feroz combate
contra todos los que se ponían a su alcance. Una de sus numerosas
víctimas, Polidoro, hermano de Héctor, fue atravesado de parte a parte
por la lanza del pelida y,
encorvado, con las entrañas en la mano, fue visto por Héctor que,
furioso, fue
al encuentro de Aquiles arrojándole su lanza. Atenea, con un leve
soplo, desvió
la trayectoria e hizo que el arma retornara a los pies de Héctor.
Aquiles
arremetió contra él dando horribles gritos, pero Apolo cubrió a Héctor con una
densa niebla, ocultándole, como hiciera Poseidón con Eneas, de la vista de Aquiles
que, rabioso, exclamó, tratando de acertar a ciegas con la carne de Héctor que
se le ocultaba: "De nuevo te has librado de la muerte. Yo acabaré contigo,
más tarde, si algún dios me ayuda, como contigo han hecho" y siguió
esparciendo, con saña, la muerte por todos lados. El ímpetu de Aquiles se
extendía a todos sus guerreros y lograron que los teucros buscaran refugio en
la amurallada Ilión, donde Príamo veía aproximarse el
desastre.
Aquiles da muerte a Héctor (Cuadro de Rubens)
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Los griegos habrían asaltado Troya de no
ser porque Apolo incitó a Agenor a interponerse y
arrojar su lanza sobre Aquiles, el invencible. La pica rebotó en la formidable
armadura que Hefesto forjara. Viendo Apolo que el pelida corría veloz hacia Agenor,
le retiró de la batalla, tomando su forma. Inició una carrera, distanciándose
del recinto amurallado de la ciudad, mientras Aquiles y los suyos le
perseguían.
Esta maniobra de distracción, permitió que los teucros lograran
refugio en la ciudad, que "como cervatos se recostaron en los hermosos
baluartes, refrigeraron el sudor y bebieron para apagar la sed".
El hado
funesto solo detuvo a Héctor para que permaneciera fuera de los muros de Ilión, junto a las puertas esceas.
Apolo, harto de la carrera de distracción de Aquiles y los suyos, se encaró con
él y le reveló el engaño.
Aquiles, enfurecido con el dios, exclamó: "¡Oh
flechador, el más funesto de los dioses!. Me engañaste, alejándome de la
muralla, cuando todavía
habrían mordido la tierra muchos teucros, antes de llegar a Ilión.
Me has privado de alcanzar una gloria no pequeña, y has salvado con
facilidad a
los teucros, ya que no temes mi venganza. Y, ciertamente, me
vengaría de ti si
mis fuerzas lo permitieran". Dicho esto, sin esperar contestación
del
dios, regresó corriendo a las murallas de la ciudad; como el corcel
vencedor en
la carrera de carros, trotaba el veloz Aquiles, tan ligeramente
movía los pies
y rodillas.
Príamo fue el primero, desde su torre, en
verle venir por la llanura, tan resplandeciente como el astro que en otoño se
distingue entre otras muchas estrellas, por sus vivos rayos, durante la noche
oscura y recibe el nombre del perro de Orión (Cannis Minor), el cual, con ser brillantísimo, constituye una
señal funesta, porque trae excesivo calor a los míseros mortales; de igual
manera centelleaba el bronce sobre el pecho del héroe, mientras corría.
Príamo,
viendo que su hijo amado permanecía inmóvil junto a las puertas, le pidió a
gritos que no continuara, allí, solo y le urgió a que entrara en la ciudad.
Príamo ya echaba en falta, entre los muros de la ciudad a sus otros dos hijos, Polidoro y Licaón, que habían
sido muertos por Aquiles, y le dijo a Héctor: "Ven adentro del muro, hijo
querido, para que salves a los troyanos y las troyanas; no quieras proporcionar
inmensa gloria al pelida y perder tú mismo la existencia.
¡Compadécete de mí! De este infeliz y desgraciado que aún conserva la razón,
después de contemplar tantas desventuras: muertos mis hijos, esclavizadas mis
hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el suelo en el terrible
combate y las nueras arrastradas por las fuertes manos de los Aqueos...".
Príamo y Hécuba siguieron con sus ruegos a Héctor para que entrara en la ciudad, pero Héctor se
consideraba responsable del desastre sobrevenido sobre su ejército por haberse
empeñado en mantenerlo fuera del recinto de la ciudad, plantando cara a los
aqueos en campo abierto.
Por unos instantes, pensó en dejar las armas contra
las murallas y tratar de negociar con Aquiles una rendición honrosa
de Ilión, devolviendo a Helena y los tesoros que Alejandro
(Paris) trajera con ella a Troya. Además, le propondría entregar la
mitad de
los tesoros de la ciudad contenía, pero se dijo: "No, no iré a
suplicarle;
que sin tenerme consideración ni respeto, me matará inerme, como a
una mujer,
tan pronto como deje las armas. Imposible es conversar con él desde
lo alto de
una encina o de una roca, como un mancebo con una doncella: sí, como
un mancebo
y una doncella suelen conversar. Mejor será comenzar el combate,
para que
veamos a quién concede Zeus la victoria. Cuando vio que Aquiles se
le acercaba,
cual si de Ares se tratara, con su armadura y su escudo brillando
como el
resplandor del fuego del sol naciente, se echó a temblar y huyó
espantado.
Como el gavilán se lanza
en vuelo tras la tímida paloma, así Aquiles volaba enardecido tras de él. En la
loca carrera llegaron a dos cristalinos manantiales, que son las fuentes del
río Janto voraginoso. El primero tiene agua caliente
y lo cubre el vapor como si allí hubiera un fuego abrasador; el agua que brota
del segundo es, en verano, como el granizo, la fría nieve o el hielo.
Cerca hay
unos lavaderos de piedra, grandes y hermosos, donde las esposas y las bellas
hijas de los troyanos solían lavar sus magníficos vestidos en tiempo de paz.
Por allí pasaron los dos contendientes, en veloz carrera, y así llegaron a dar
tres vueltas a la ciudad de Príamo.
Los dioses les contemplaban y Zeus dijo:
"Mi corazón se compadece del caro Héctor, que tantos muslos de buey ha
quemado, en mi obsequio, en las cumbres del Monte Ida. ¡Deliberad, oh, dioses!, y decidid si le salvaremos de la muerte
horrísona o dejaremos que muera a manos de Aquiles".
Respondiole Atenea: "¿De nuevo quieres salvar de la muerte a Héctor a quien el hado ha
condenado a morir? Hazlo, pero no todos los dioses lo aprobaremos".
Zeus
le contestó, abrumado por la vehemencia de su hija: "Tranquilízate, hija
querida, pues quiero ser complaciente contigo. Obra conforme a tus deseos y no
desistas en tu empeño de ver muerto a Héctor".
La diosa descendió en raudo
vuelo sobre la llanura. Mientras tanto, Aquiles acortaba distancia, sin cesar
de correr tras Héctor, impidiendo una y otra vez que éste se acercara a las
puertas de la ciudad. Ni Hector podía escapar de
Aquiles, ni éste conseguía dar alcance a Héctor, que había recibido fuerzas de
Apolo por última y postrera vez. Aquiles hacía señas a sus guerreros para que
no dispararan flechas contra el perseguido, ni trataran de detenerle, pues
quería para sí mismo toda la gloria.
Cuando, en la cuarta vuelta, pasaban por
los manantiales, Zeus tomó la balanza de oro y puso en cada lado la suerte de
cada uno de ellos. La balanza se inclinó bajo el peso del día fatal de Héctor y
penetró hasta el Orco. Al instante, Apolo desamparó al troyano y Atenea se
acercó a Aquiles: "Párate y respira; persuadiré a Héctor para que luche
contigo frente a frente"- le dijo - y fue en busca de Héctor tomando la
forma de Deifobo, hermano de Héctor.
Llegó hasta él y
le pidió que rechazara el ataque del pelida:
"¡Mi buen hermano! Nuestro padre, nuestra venerable madre y los amigos me
abrazaban las rodillas y me suplicaban que me quedara con ellos; de tal modo
tiemblan todos, pero mi ánimo se sentía atormentado por grave pesar y vengo en
tu auxilio. Ahora peleemos con brío sin dar reposo a la pica, para ver si Aquiles
nos mata y se lleva nuestros sangrientos despojos a sus cóncavas naves o
sucumbe vencido por tu lanza". Dicho esto, Atenea se puso a caminar
obligando a Héctor a acompasar su paso.
Cuando llegaron frente a Aquiles,
Héctor le dirigió estas palabras: "No huiré más de ti, como hasta ahora.
Mi ánimo me impele a afrontarte, ora te mate, ora me des muerte. Si Zeus me
concede la victoria y te arranco la vida, cuando te haya despojado de tus armas
entregaré el cadáver a los aqueos. Obra tu conmigo de igual manera y entrega mi
cuerpo a mi familia.
A lo que Aquiles respondió: "No me hables de pactos,
¡¡Maldito!!. Igual que no es posible la alianza entre
los leones y los hombres, ni el acuerdo entre lobos y corderos, que solo
piensan en destrozarse los unos a los otros, tampoco puede haber pactos ni
amistad entre nosotros, hasta que uno de los dos caiga y Ares quede saciado de
sangre. Revístete de valor, pues es preciso obrar como belicoso y esforzado
campeón. Ya no puedes escapar, pues Atenea te hará sucumbir, herido por mi
lanza, y pagarás todos los dolores causados a mis amigos, a los que mataste
cuando manejabas furiosamente la pica".
Diciendo esto, blandió y arrojó con furia
la fornida lanza. Héctor reaccionó con agilidad y evitó el golpe. La lanza se
clavó en el suelo. Atenea la recogió y la devolvió a Aquiles sin que Héctor lo
advirtiese. "¡Erraste el tiro, deiforme Aquiles!... Ahora, ¡guárdate de mi broncinea lanza!. ¡Ojalá toda ella se escondiera
en tu cuerpo! La guerra sería más liviana para los troyanos si tu murieses,
porque eres su mayor azote".
Así habló Héctor y lanzó la lanza que rebotó
en el escudo de Aquiles. Cuando se volvió hacía Deifobo,
para pedir otra pica, vio que éste había desaparecido y comprendió el engaño de
los dioses: "¡Oh, ya los dioses me llaman a la
muerte! - exclamó - cercana la tengo y no puedo evitarla. Así les habrá placido
a Zeus y Apolo que antes me salvaban de los peligros. ¡Cumpliose mi destino!. Pero no quisiera morir cobardemente, sin
gloria, sino realizando algo grande que llegara a conocimiento de los tiempos
venideros".
Dicho esto, desenvainó la espada y se arrojó contra Aquiles,
como el águila de alto vuelo se lanza sobre la llanura, atravesando las nubes,
para arrebatar un tierno cordero o una trémula liebre. Aquiles embistiole, a su vez, con el corazón rebosante de feroz
cólera, mientras, rápido, examinaba la parte más vulnerable del cuerpo de
Héctor, protegido, como estaba, por la armadura de Aquiles que arrancara del
cuerpo de Patroclo, después de darle cruel muerte.
Solo quedaba al descubierto el
lugar en que las clavículas separan el cuello de los hombros, la garganta, que
es el sitio por donde más pronto escapa el alma. Por allí le envainó la pica y
la punta asomó por la nuca, sin dañarle la traquea para que pudiera hablar y
responderle.
Héctor cayó sobre el polvo, y Aquiles,
jactándose del triunfo, le dijo: "...A tí los
perros y las aves te despedazarán ignominiosamente, y a Patroclo le
haremos honras fúnebres". Héctor, con tenue voz, respondió: "No
permitas que los perros me despedacen y devoren junto a las naves
aqueas.
Acepta el bronce y el oro que, en abundancia, te darán mis padres, y
entrega el
cadáver a los míos para que lo lleven a mi casa y los troyanos lo
pongan en la
pira".
Aquiles, mirándole con torva faz, replicó: "No me supliques
¡¡perro!!. Ojalá el furor y
el coraje me incitaran a despedazarte, cortar tus carnes y comérmelas crudas.
Nadie podrá apartar tu cuerpo de los perros y las aves de rapiña; aunque me
quieran pagar tu peso en oro, así no podrá tu madre ponerte en un lecho para
llevarte".
Ya moribundo, Héctor contestó: "Tienes en el pecho un
corazón de hierro. Guárdate de atraer sobre ti la cólera de los dioses, por
obrar así conmigo, se acerca el día que Paris y Apolo te harán
desaparecer.
Diciendo esto, la muerte le cubrió con su manto: el alma
voló de
los miembros y descendió al Orco. Aquiles dijo: ¡¡Muere!! Yo acogeré
gustoso mi
parca y perderé la vida cuando los dioses inmortales dispongan que
se cumpla mi
destino". Arrancó la lanza del cuello del muerto y le despojó de la
ensangrentada armadura. Acudieron, entonces, los demás aqueos y con
sus picas
hendían el hermoso cuerpo inerme, mientras decían: "¡Oh dioses!
Héctor es ahora mucho más blando de tocar que cuando prendió nuestras
naves con el voraz fuego".
Aquiles pensó mantener el cerco de la
ciudad, pues, los troyanos, muerto su héroe, tal vez estuvieran dispuestos a
rendirse, pero recordó que Patroclo debía ser
honrado, alcanzada la venganza, y ordenó a sus hombres que regresaran a las
naves cantando el himno de la victoria, el peán. Por su parte, para tratar con
ignominia el cuerpo de Héctor, traspasó con correas los tobillos del vencido,
entre el hueso y los tendones (hoy llamados de Aquiles), y las ató al carro, de
modo que la cabeza quedara sobre el suelo para ser arrastrada por el polvo.
Luego, recogió la armadura, arrancada del cuerpo de
Héctor, y subiendo al carro
fustigó los caballos que, gozosos, partieron raudos. La cabeza de
Héctor se
hundía golpeada en el suelo y su negra cabellera se esparcía por el
polvo. Hécuba, su doliente madre, al verlo se arrancaba los
cabellos y, apartando su velo, prorrumpió en elevado llanto. Príamo,
desde los
baluartes de Ilión, gemía lastimeramente y, con él,
toda Ilión era presa de lamentos y llantos.
La esposa
de Héctor, que se hallaba en el interior del palacio, preparando el baño para
recibir a su esposo, oyó los gemidos que se extendían por las estancias y,
temiendo que su amado fuera el motivo, se precipitó hacia la alta torre. Desde
allí, contempló como Aquiles, en su carro, arrastraba el cuerpo del difunto
hacia el campamento aqueo. Se le desmayó el alma y cayó de espaldas, apenas
sostenida por sus cuñadas. Cuando recobró el aliento, comenzó a arrancarse los
vistosos lazos, la diadema, la redecilla, la trenzada cinta y el velo que la
dorada Afrodita le había regalado el día de sus esponsales.
Aquiles llegó al lecho de Patroclo, junto a las naves, y, colocando sus homicidas
manos sobre el pecho del amigo muerto, exclamó: "¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el
Orco! Voy a cumplir cuanto te prometiera. He traído arrastrando el cuerpo de
Héctor, que entregaré a los perros para que lo despedacen cruelmente; y
degollaré, ante tu pira, doce hijos de troyanos ilustres por la cólera que me
causó tu muerte".
Se celebró a continuación un banquete funeral en el que
se sacrificaron numerosos animales. Alrededor del cadáver, corría la sangre en
abundancia por todas partes. Finalizado el banquete, todos se retiraron a sus
naves y Aquiles no tardó en ser vencido por el sueño y, entonces, vino a
encontrarle el alma de Patroclo para pedirle ser
enterrado cuanto antes y de este modo poder descender al Orco. También le
recordó su próxima muerte y expresó el deseo de que sus huesos fueran colocados
junto a los suyos en el mismo túmulo. Aquiles, tras indicarle que cumpliría sus
deseos, fue a darle un abrazo y el alma de Patroclo,
cual si fuera humo, se disipó y penetró en la tierra dando chillidos.
Al
despertar la aurora, Agamenón envió a por leños para
levantar la pira funeraria en la playa. Una vez estuvo dispuesta, Aquiles se
cortó los dorados cabellos y los esparció sobre las manos del difunto. Después,
pidió que se inmolaran muchos corderos y con la grasa desprendida de los
quemados cuerpos, cubrió el cadáver del amigo de los pies a la cabeza; llevó
también a la pira un ánfora de miel y otra de aceite y las vertió sobre el
cuerpo y el lecho.
Arrojó sobre la pira: cuatro corceles, dos de los nueve
perros del rey y los cuerpos de los doce hijos de troyanos ilustres degollados
a los que había dado muerte con su lanza. Y, a continuación, entregó la pira a
la indomable violencia del fuego, diciendo: "¡Alégrate, oh Patroclo! Yo he cumplido
cuanto te prometí, pero a Héctor no lo entregaré a la hoguera sino a los perros,
para que lo destrocen.
Afrodita, hija de Zeus, mantenía el cuerpo del troyano
apartado de las vista de los aqueos y procedió a ungirlo con un divino aceite
rosado para que Aquiles no lo lacerase al arrastrarlo. Mientras, Apolo cubrió
el cielo con una nube, para evitar que el sol secara los miembros y nervios del
héroe caído. Así le cuidaban los dioses, compadecidos de la fatal suerte de su
antiguo protegido.
Como la pira ardía levemente, Aquiles
imploró a los vientos que soplaran con fuerza. Estos, que estaban celebrando un
banquete en la morada del impetuoso Céfiro, se levantaron con inmenso brío,
esparcieron las nubes, hicieron crecer las olas y, pasando por encima del mar,
llegaron a Troya y cayeron sobre la pira, haciendo que el fuego abrasador bramara
con furia. Al amanecer, los vientos regresaron a sus moradas y los hombres
sofocaron con negro vino las ya agotadas llamas. Procedieron a recoger los
huesos de Patroclo, los encerraron en una urna de
oro, la sellaron con doble capa de grasa, la cubrieron con un sutil velo y la
colocaron sobre un túmulo.
Aquiles organizó, después, una serie de
juegos, en los que se abstuvo de participar, prometiendo a los
ganadores
valiosos premios. Primero, tuvo lugar una carrera de cuádrigas en
las que participaron varios héroes aqueos, siendo el tidida Diomedes el
que se alzó con la victoria. A
continuación se celebraron: un campeonato de lucha, carreras a pie, y
lanzamiento de picas.
Finalizados los juegos, los guerreros se dispersaron,
tomaron la cena y se regalaron con el dulce sueño. Aquiles no podía conciliar
el sueño y vagó triste por la playa. Más tarde, unció al carro los ligeros
corceles y atando el cadáver de Héctor, lo arrastró, dando varias vueltas
alrededor del túmulo de Patroclo. Luego, volvió a la
tienda, dejando el cadáver tendido con la cara sobre el polvo.
Algunos dioses
se compadecían del muerto e instigaban a Apolo a que hurtase el cuerpo de
Héctor. Pero Hera y Atenea se oponían. (Ellas fueron
las diosas perdedoras en el Juicio de Paris, en el que el troyano declaró que
Afrodita era la más bella entre las tres diosas concursantes. Las perdedoras
nunca perdonaron a Paris semejante decisión).
Zeus intervino, al fin, y consideró que lo
mejor sería que la madre de Aquiles, Tetis, convenciera a su hijo de que debía
restituir el cadáver a Príamo, pues Héctor siempre le había ofrecido
sacrificios y era su favorito en Ilión. Tetis fue
llamada a presencia del dios, se sentó junto a él y escuchó sus palabras:
"¡Oh diosa Tetis! Aquí se está proponiendo el rapto
del cadáver de Héctor, pero yo prefiero dar a Aquiles la gloria de devolverlo y
conservar, así, tu respeto y amistad. Amonéstale y háblale de la irritación que
nos está produciendo su actitud. Por mi parte, enviaré a la diosa Iris al
magnánimo Príamo, para que vaya a las naves de los aqueos y redima a su hijo,
llevando dones a Aquiles para que aplacar su enojo".
Tetis descendió del Olimpo
en raudo vuelo y, entrando en la tienda de su hijo, le habló en estos términos:
"¡Hijo mío! ¿Hasta cuando dejarás que el llanto y la tristeza roan tu
corazón, sin acordarte de la comida ni del concúbito? Bueno será que goces del
amor con una mujer, pues ya no vivirás mucho tiempo: la muerte y el hado cruel
se te avecinan. Vengo como mensajera de Zeus: los dioses están irritados contra
ti y en especial él mismo. Entrega el cadáver y acepta el rescate que te
ofrezca Príamo".
Iris, entre tanto, habló con Príamo sobre
el deseo de los dioses y éste lo comunicó a Hecuba que trató de
convencerle de que no acudiera al encuentro de Aquiles, pues
arriesgaba la vida: "Lloremos en palacio a Héctor, a distancia del
cadáver; ya que cuando yo le parí, el hado poderoso hiló de esta
suerte el
estambre de su vida: que habría de saciar con su carne a los veloces
perros,
lejos de sus padres y junto al hombre violento cuyo hígado ojalá
pudiera yo comer hincando en él los dientes". Príamo le respondió:
"Yo mismo he oído a la diosa, la he visto ante mí y creo en sus
palabras.
Y si mi destino es morir, lo acepto: que me mate Aquiles tan luego
como abrace
a mi hijo y satisfaga el deseo de llorar sobre él".
El anciano subió al carro, conducido por
el prudente Ideo, en el que ya habían colocado numerosos presentes y diez
talentos de oro (unos trescientos kilogramos). Muchos eran los troyanos que lloraban,
temiendo por su rey, mientras le acompañaban hasta las puertas de la ciudad.
Zeus advirtió que el rey avanzaba por la llanura y ordenó a Hermes, el dios
mensajero, que acompañara con disimulo al anciano hasta las naves aqueas:
"Hermes, ya que tu te complaces en escoltar a los hombres y en
escucharles, acompaña a Príamo hasta que esté en presencia de Aquiles, no sea
que sufra el ataque de los guerreros de la llanura".
Hermes se calzó sus
bellas sandalias aladas que le llevan por el mar y la
tierra con la rapidez del viento, y tomando la vara con la que adormece a quien
quiere y despierta a los que duermen, descendió del Olimpo y llegó junto al
carro tomando la forma de un joven príncipe en la flor de la juventud. Su
presencia, alarmó a Príamo y a su cochero, pues temieron que se tratara de
alguien que pretendiera darles muerte. Hermes les tranquilizó, haciéndose pasar
por uno de los hombres de Aquiles que venía a protegerles por el camino al
campamento aqueo. Príamo le preguntó por el estado en el que se encontraba el
cuerpo de su hijo y el mensajero respondió: "Doce días lleva muerto, y ni
el cuerpo se pudre, ni lo comen los gusanos. Si a él te acercas, te admirarás
de ver cuan fresco está. De tal modo los dioses cuidan de tu hijo, pues les era
muy querido".
Así vio el cine el caballo de Troya. |
Llegados al foso, torres y empalizadas que
protegían el campamento y las naves, Hermes adormeció con su vara a
los
centinelas, atravesaron la barrera y llegaron a la alta cerca que
los mirmidones habían construido, para proteger la tienda de su
rey, con troncos de abeto y cañas.
Hermes regresó, entonces, al Olimpo, pues no
resultaba decoroso que un dios inmortal se tomara, públicamente, tanto interés
por un mortal.
Ante la sorpresa de los reunidos en la tienda con
Aquiles,
Príamo hizo su repentina aparición, entre ellos, como si de un dios
se tratara.
Se abrazó a las piernas de Aquiles, llorando, e imploró suplicante:
"¡Oh, Aquiles! Apiádate de mí que he perdido a casi todos mis
cincuenta hijos, incluido aquel que era único para mí, Héctor.
Respeta a los
dioses y recuerda el amor que te tiene tu padre, que espera ansioso
volver a
estrecharte junto a su pecho, en la lejana Argos. Yo soy más digno
de compasión
que él, puesto que me he atrevido a lo que ningún otro mortal en la
tierra: a
llevar a mis labios la mano del hombre matador de mis hijos".
Aquiles
rompió a llorar por el recuerdo de su padre y de Patroclo y cogió la
mano de Príamo mientras le alzaba con suavidad. Ambos lloraban y los
gemidos resonaban en la tienda.
Cuando Aquiles hubo saciado sus deseos de
llanto, miró compasivo al encanecido anciano e invitándole a tomar
asiento, le
dijo: "¡Desdichado, cuantas desgracias ha soportado tu corazón!
Aunque los
dos estemos afligidos, dejemos reposar en el alma el dolor, el
gélido llanto
para nada aprovecha, pues lo que los dioses han hilado para los
míseros
mortales es vivir entre congojos, mientras ellos
están exentos de cuitas. En los umbrales del Olimpo hay dos toneles
con dones
que el dios reparte: en uno, están los pesares y en el otro las
alegrías. Aquel
a quién Zeus los da mezclados, unas veces topa con la desdicha y
otras con la
ventura, pero el que solo recibe pesares, vive con afrenta y va de
un lado a
otro sin ser honrado, ni por los dioses, ni por los hombres. Así,
los dioses
otorgaron a mi padre, Peleo, grandes mercedes desde su nacimiento:
aventajaba a
los demás hombres en felicidad y riqueza, reina sobre los mirmidones
y, siendo
mortal, tuvo por esposa a una diosa. Pero también le impusieron un
mal: que no
tuviera hijos que reinaran en palacio tras su muerte. Tan solo uno
engendró,
cuya vida ha de ser breve. Además, no le puedo dar el consuelo de
cuidar su
vejez, al estar tan lejos de mi reino. Piensa que tu también
reinaste rico y dichoso sobre Lesbos y desde la Frigia hasta el
Helesponto inmenso. Pero los dioses te trajeron la plaga de
la guerra. Súfrela resignado y no consientas que se apodere de tu
corazón el
pesar continuo, pues quizás tus desgracias no hayan concluido".
Príamo, con la arrogancia de un dios, le
respondió: "No me hagas sentar en esa silla mientras Héctor yace
insepulto. Entrégamelo y recibe los cuantiosos regalos que te
traemos. Ojalá puedas disfrutarlos y regresar a tu patria, ya que me
has dejado vivir y ver la luz del sol". Aquiles se incomodó ante la
premura del anciano y contestó: "Abstente de exacerbar los dolores
de mi
corazón; no sea que deje de respetarte a pesar de tus súplicas y
viole las
órdenes de Zeus". Dicho esto, salió de la tienda seguido de
Automedonte y Alcinoo, los compañeros que más apreciaba después de
Patroclo. Dio instrucciones para que retiraran lo regalos
del carro y para que lavaran y ungieran el cuerpo de Héctor antes de
que lo
viera Príamo, no fuera que se encolerizase por su estado, irritase
el corazón
de Aquiles y éste le diera muerte quebrando las órdenes del dios.
Mapa con ciudades griegas y la ubicación de Troya. |
Lavado y ungido el cadáver, se le cubrió
con uno de los ricos mantos hallados entre los obsequios del rescate, y el
mismo Aquiles lo depositó sobre un lecho preparado el carro de Príamo. El héroe
gimió y se dirigió al túmulo de Patroclo: "¡Oh Patroclo! No te ensañes
conmigo si en el Orco té enteras de que he devuelto el cuerpo de Héctor a su
padre; este ha sido el deseo de los dioses y han entregado un rescate digno que
consagraré en tu recuerdo, en la parte que te es debida.". Al llegar la
noche, volvió a la tienda e invitó a cenar a Príamo que, temeroso de la amenaza
de Aquiles, había permanecido allí.
Cuando hubieron satisfecho el deseo de
comer y beber, Príamo pidió autorización para retirarse y descansar. Aquiles le
preguntó: "Antes de retirarte, dime con sinceridad cuanto tiempo
necesitarás para celebrar las honras fúnebres de tu hijo; durante ese tiempo
permaneceré quieto y contendré al ejército". Príamo le contestó: "Ya
sabes que vivimos encerrados en la ciudad y que tendremos que traer la leña del
Monte Ida, tarea en la que se necesitarán nueve días. Durante ese tiempo,
lloraremos en palacio a Héctor, el décimo día le sepultaremos y el pueblo
celebrará el banquete fúnebre; el undécimo día,
erigiremos el túmulo sobre el cadáver y, el duodécimo,
estaremos dispuestos al combate, si fuese necesario". Dicho esto, todos se
fueron a dormir y Aquiles se dirigió a la tienda de Briseida,
la de hermosas mejillas.
Mientras todos descansaban, Hermes
planeaba como sacar el carro del campamento sin que lo advirtieran los
guardianes y pudieran alertar a Agamenón que, al no
estar enterado de la decisión de Aquiles, podía retrasar la partida e incluso
retener a Príamo, como rehén, para pedir rescate a los troyanos. Así que
despertó al exhausto rey, unció los caballos al carro y los guió por el
campamento. Adormeció a los guardianes con la mágica vara y franquearon las
empalizadas y el foso.
La aurora de azafranado velo se esparcía
por toda la tierra, cuando llegaron a las murallas de Ilión.
Casandra, semejante a la dorada Afrodita, fue la que
primero los divisó y, prorrumpiendo en sollozos, vagó clamando por
toda la
ciudad. Toda la población se aprestó a recibir la fúnebre expedición
con
muestras de inmenso dolor. Hécuba y Andrómaca, la viuda de Héctor,
se echaron sobre el carro de
hermosas ruedas y tomando la cabeza del muerto, se arrancaban los
cabellos
mientras la turba las rodeaba gimiendo. Y hubrían estado a las
puertas de la ciudad todo el día, si el anciano rey, poniéndose en
pie sobre el carro, no les hubiese pedido que se apartaran y le
dejasen
continuar hasta el palacio. Una vez allí, Andrómaca comenzó el funeral
lamento:
"¡Esposo mío! Saliste de la vida en
plena juventud, y me dejas viuda. ¿Qué será de nosotros?. Tu hijo,
es todavía infante y no creo que llegue a la juventud; antes será la
ciudad destruida desde su cumbre. Pronto nos llevarán en las naves
aqueas y nos
ocuparan en viles oficios, propios de cautivos. Algún aqueo, en
venganza por
los suyos que tu mataste en combate, arrojará a tu hijo desde lo
alto de alguna
torre, ¡muerte horrenda!. ¡Oh Héctor! Ni siquiera pudiste, antes de
morir, tenderme los brazos desde el
lecho, ni hacerme saludables advertencias, que habría recordado, de
noche y de
día, con lágrimas en los ojos". Esto fue lo que dijo llorando, y las
mujeres gimieron.
Después, Hécuba se dirigió al lecho y habló al hijo muerto: "¡Héctor, el hijo más amado de
mi corazón! No puede dudarse de que en vida fueras querido por los dioses pues
ahora yaces en palacio tan fresco como si acabases de morir, a pesar del cruel
trato que recibió tu cuerpo de manos del maligno Aquiles tras darte horrible
muerte, no contento con haber vendido, al otro lado del mar estéril, muchos de
mis otros hijos que, antes, logró capturar.
A continuación, Helena (la causante de la
gran tragedia que estamos relatando por su fuga con Paris), fue la tercera en
dar principio al tercer lamento: "¡Héctor! el cuñado más querido de mi
corazón. En los veinte años transcurridos desde que me trajo Alejandro (Paris)
y abandone mi patria y a mi esposo Menelao, jamás he
oído de tu boca una palabra ofensiva o grosera; si alguien me increpaba entre
los cuñados o sus esposas, tu contenías su enojo con
tu afabilidad y suaves palabras. Con el corazón afligido, lloro a la vez por ti
y por mí, desgraciado. Que ya no habrá en la vasta Troya quien me sea benévolo
ni amigo, pues todos me detestan". Cuando concluyó, el anciano Príamo se
dirigió al pueblo: "Ahora, troyanos, traed leña a la ciudad y no temáis
ninguna emboscada por parte de los arguivos; pues
Aquiles me prometió no atacar hasta que llegue la duodécima aurora".
Por espacio de nueve días, los teucros
acarrearon leña, desde el Monte Ida hasta Ilión, y
cuando, por décima vez, apuntó la aurora que, cada día, trae la luz a los
mortales, sacaron el cadáver del audaz Héctor, lo colocaron sobre la pira,
prendieron fuego y el cuerpo fue abrasado por las voraces llamas. Más tarde,
con lágrimas corriéndoles por las mejillas, los hermanos y amigos sofocaron los
rescoldos con negro vino. Recogieron los blancos huesos calcinados y los
colocaron en una urna de oro que envolvieron con un leve velo de púrpura;
depositaron la urna en un hoyo que cubrieron con grandes piedras y, sobre él,
erigieron el túmulo. Después volvieron al palacio de Príamo y celebraron el
espléndido banquete fúnebre. Así concluyeron las honras fúnebres de Héctor,
domador de caballos.
Hasta aquí el relato en "La Ilíada".
En la "Etiopide" de Aretino de Mileto (700 a.C.), conocida por un
resumen posterior, se describe el final de la Guerra de Troya con el incendio de la ciudad y la
muerte de Aquiles. Muerte anunciada una y otra vez en la Iliada.
Poseidón y Apolo, indignados por el trato que el héroe dio a
Héctor después de matarlo, ayudaron a Paris a que acertara en disparar una
flecha contra el vulnerable tobillo de Aquiles. La flecha atravesó el tendón y
Aquiles ¿murió?. Tras lo cual se desencadenó un
encarnizado combate alrededor del cadáver, hasta que una tormenta, enviada por
Zeus, permitió recatarlo.
Aquiles fue llorado durante dieciséis días por las
nereidas y por las nueve musas, mientras entonaban cantos fúnebres. El día
decimoctavo, quemaron el cuerpo en la pira y sus cenizas fueron mezcladas con
las de Patroclo y enterradas en el cabo Sigeo, que domina el Helesponto.
En el cercano poblado de Aquileón construyeron un
templo, en donde se erigió una estatua que le representaba llevando un
pendiente de mujer.
Fue el héroe preferido de los griegos y considerado como un
semidiós, al que se rendía culto en toda Grecia en las fiestas Aquileas de primavera,
y sus hazañas fueron recogidas por muchos
escritores.
INVESTIGACION REALIZADA POR:CAROLINA NUGRA
TOMADO DE:www.profesorenlinea.cl/...Iliada/La_IliadaResumenTotal.h.